domingo, 28 de septiembre de 2008

Tlatelolco, día 38

En la madrugada del miércoles 28 de agosto, al cuarto para la una de la mañana, la policía llegó al Zócalo y con magnavoces advirtió a los estudiantes que montaban guardia: “Se les ha permitido hacer su manifestación, se les ha permitido realizar su mitin. Ya han permanecido demasiado tiempo en este lugar. El Zócalo es plaza pública de uso común. La acción de ustedes contraría el artículo noveno constitucional. Se les invita a que se retiren”. Se les dio un plazo de cinco minutos, que ningún estudiante parecía querer acatar.
Por las calles que desembocan al Zócalo se empezaron a acercar soldados de los batallones de infantería 43 y 44 y del primero de paracaidistas, comandados por el general Benjamín Reyes García; además, 12 carros blindados de Guardias Presidenciales, cuatro carros de bomberos, alrededor de 200 patrullas de la policía preventiva, cuatro batallones de tránsito y diez motociclistas de la Dirección General de Tránsito. El ejército y la policía obligaron a los estudiantes a irse del Zócalo.
Los estudiantes se retiraron por Madero, única calle que les dejaron libre, acosados de lejos por la tropa.
Poco después de la una y media de la mañana, los carros blindados, con los faros encendidos y las sirenas abiertas, atacaron la retaguardia estudiantil y provocaron una desbandada. Un camión del Poli fue embestido por los blindados.
En Isabel la Católica, los chavos atravesaron un tranvía que impidió momentáneamente el paso de los blindados. La persecución siguió hasta pasar Gante. Allí el ejército se detuvo y los estudiantes se plantaron frente a la Torre Latinoamericana, donde fueron acorralados y atacados por soldados que llegaron por Madero, San Juan de Letrán y Cinco de Mayo, en una maniobra envolvente. Los soldados cortaron cartucho y obligaron a los estudiantes a replegarse por toda avenida Juárez, hasta Reforma y Bucareli.
Frente al Caballito, los soldados golpearon a los estudiantes con las culatas de los rifles. Los chavos se dispersaron: algunos se fueron a CU, donde el CNH inició una sesión, a puertas cerradas, a las cuatro y 35 de la madrugada.
A las seis de la mañana sólo quedaban en el Zócalo algunas unidades blindadas frente al Palacio Nacional, y unas cuantas patrullas y autobuses con granaderos repartidos en la plancha.
Ese día, el secretario de la Defensa, García Barragán, declaró: “Grupos de alborotadores trataron de establecerse en el Zócalo, habiéndose desalojado por tropas del ejército, sin que se registrara ningún incidente, ya que tales elementos, aun cuando no de buen grado, atendieron la orden de salir del área, no siendo necesario que la tropa hiciera uso de sus armas de fuego”.
Los periódicos publicaron, todos en primera plana, una avalancha de declaraciones contra el movimiento, atribuyendo a los estudiantes el izar irrespetuosamente una gran bandera de huelga en el centro de la Plaza de la Constitución y profanar la Catedral al tocar sus campanas.
Al mediodía, tuvo lugar una “ceremonia de desagravio a la Bandera Nacional” organizada por el DDF. Empleados de limpia y transporte, burócratas de las secretarías de Hacienda y de Educación y algunos contingentes sindicales fueron obligados a asistir al acto, pero al llegar al Zócalo, balaban como borregos y coreaban: “¡Somos borregos! ¡No venimos, nos traen!”
Unos cuantos estudiantes pudieron filtrarse entre los burócratas acarreados, para protestar por la falsedad del acto. Al tratar de izarla, la bandera nacional se atoró a media asta y los chavos pidieron que se quedara así, , en señal de duelo por la intervención del ejército.
Cuando vieron que el acto de desagravio se convertía en mitin de apoyo al movimiento estudiantil, los granaderos, armados con escudos y macanas, se lanzaron contra la gente. Agarraron parejo; desalojaron la parte central del Zócalo y formaron un círculo alrededor del astabandera, donde quemaron la bandera rojinegra.
Un grupo de chavos se abre paso hasta rescatar la bandera en llamas, y tratan de apagarla usando su ropa para sofocar el fuego.
Enseguida se formaron grupos de estudiantes y organizaron mítines frente al antiguo edificio del Ayuntamiento, sede del DDF.
A las dos de la tarde, las autoridades indicaron a los manifestantes que la ceremonia de desagravio había concluido y se les instó a desalojar el lugar.
Minutos después, como nadie se iba, 14 carros-tanque se lanzaron contra la multitud. Se abrieron las puertas del Palacio Nacional, de donde salieron varias columnas de soldados con la bayoneta calada y atacaron indiscriminadamente a la gente, burócratas y estudiantes.
Policías y soldados los persiguieron por las calles aledañas al Zócalo. Desde los edificios de Madero, Veinte de Noviembre, Pino Suárez, Corregidora, Seminario, los habitantes del Centro de la ciudad lanzaba a los soldados toda clase de proyectiles: botellas, macetas, ladrillos, lo que fuera. Y la la tropa respondió con descargas de fusilería y de ametralladoras ligeras (el Hotel Majestic recibió varios impactos de bala).
A las tres y media de la tarde, el Zócalo quedó despejado y resguardado por soldados y granaderos. Entonces, y sólo entonces, los bomberos pudieron izar la bandera nacional a toda asta.
El CNH declaró que los acuerdos tomados en el mitin de la noche anterior, “en el sentido de exigir como fecha para el debate público estudiantil el 1 de septiembre; el pretendido intento de establecer una guardia permanente en esa plaza y otras propuestas semejantes, son parte de un grave error que favorece la represión... se votaron medidas absurdas en forma precipitada, que interpretamos como un complot, pues un grupo planteó actitudes intransigentes que abrieron la puerta a la represión”.
También se comprometió a no realizar ninguna movilización el 1 de septiembre, día del informe presidencial.
La Coalición de Profesores publicó un desplegado en el que protestó enérgicamente por las intervenciones del ejército y la policía, “por entrañar graves violaciones a las garantías que consagra la Constitución Política mexicana” e hizo un llamado para que el diálogo público entre las autoridades y los estudiantes se iniciara inmediatamente. Enfatizó: “Para que ese diálogo sea eficaz, debe efectuarse en condiciones tales que no esté sujeto a presiones o coacciones de ninguna especie, eligiéndose para ello un sitio apropiado”.
Pero hubo silencio oficial acerca del diálogo. Por parte del Estado no se dijo más y los actos represivos se intensificaron.
Esa noche, Heberto Castillo, miembro de la Coalición de Profesores, fue agredido frente a su domicilio “por un grupo de agentes del servicio secreto”.
El líder charro Fidel Velázquez declaró: “Cualquier medida que tomen las autoridades para reprimir la actual situación estará plenamente justificada y será respaldada por el pueblo y creo que ha llegado la hora de tomarla”.

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