lunes, 13 de octubre de 2008

¿Dónde está Carlitos?

Cuando acabó el tiroteo ese 2 de octubre, tal vez ya en la madrugada del día 3, una mujer se pudo colar a Tlatelolco, quién sabe cómo, para buscar a su hijo. Recorrió la plaza y los pasillos y escaleras del edificio Chihuahua llamándolo a gritos.
La noche de Tlatelolco, de Poniatowska, está salpicado con la voz de
sesperada de esa mujer: “¡Carlitos, Carlitos... ¿dónde estás, hijo? ¿Dónde está Carlitos? ¿Dónde está mi hijo?!”

La misma mujer aparece (aunque un tanto débil y desdibujada, por una mala actuación) en la película Rojo amanecer.
Esa mujer se llamaba Margarita Nolasco y murió hace poco, sin alcanzar el cuadragésimo aniversario de su pesadilla personal.
Era doctora en etnología e investigadora emérita del INAH.

***
Carlitos, por cierto, es Carlos Melesio.
El 2 de octubre de 1968 Carlos, entonces de catorce años, estaba en la Plaza de las Tres Culturas y sobrevivió a la matanza gracias a la solidaridad heroica de los vecinos del edificio Chihuahua, quienes les abrieron, a él y a otros chavos, un departamento cuyos ocupantes estaban de vacaciones.
Los jóvenes estuvieron escondidos en ese departamento algo así como tres días, bajo las camas, sin comida, y no fueron descubiertos ni siquiera cuando la tropa tumbó la puerta para catear el lugar (o para saquearlo).
Carlos volvió a su casa cuando sus padres, Margarita Nolasco y el doctor Carlos Melesio, ya lo daban por muerto.

La matanza vista por corresponsales

Varios periodistas extranjeros, entrevistados en 1998 por la corresponsal en París Anne Marie Mergier, para una edición especial de Proceso, narraron cómo vivieron la presencia de los hombres con guante blanco ese 2 de octubre.
John Rodda, enviado especial de The Guardian, relató: “No entendía quiénes eran esos individuos. No se me ocurrió que podían ser policías o militares o agentes secretos”.
El periodista británico estaba en el edificio Chihuahua cuando empezó el tiroteo: “Estaba tirado en el piso y enfrente de mí, también en el piso, estaba un tipo con la mano izquierda enguantada y una pistola en la mano derecha. Su cabeza tocaba la mía y me daba golpecitos con su arma. Me dio a entender que debía bajar. Era totalmente surrealista”.
Añade: “Los tipos con guantes blancos entraban y salían. De vez en cuando se llevaban a un mexicano. Había una gritería espantosa en las escaleras. Fue realmente en ese momento cuando entendí que se trataba de policías”.
Charles Courrière, fotógrafo de Paris Match, también estaba en el Chihuahua, donde decidió tirarse al suelo para protegerse. No se decidía a levantarse por temor: “Y cuando lo hice, me quedé estupefacto: Todos los tipos que estaban como yo, tirados en el suelo, tenían un guante blanco en la mano izquierda y una pistola en la derecha. Como hablo español, le dije al que estaba a mi lado: ‘Soy periodista, soy francés’. Me miró y me preguntó: ‘¿No tiene un pañuelo blanco?’ Por supuesto, no tenía. Entonces sacó uno de su bolsillo y me dijo: ‘Póngaselo alrededor de la mano izquierda. Ésa es una señal’ ¿Una señal de qué? —le pregunté—. No me habló más. Me puse el pañuelo y bruscamente comprendí lo que sucedía. Estaba metido entre puros policías. Estaba tirado en una alfombra de policías. Pensé enseguida en las fotos que había estado tomando. Supe que si salía vivo de ese mierdero iba a tener problemas con ellos”.
A Courrière se lo llevaron dos hombres con guante blanco a un departamento y en el baño le ordenaron que se desnudara. Le confiscaron todos los rollos.
Fernando Choisel, de la radioemisora Europa Uno, cuenta que en medio del ruido de las ametralladoras algo le llamó la atención: “¿Y qué fue lo que vi en medio de todo esto? Pues a unos tipos vestidos como estudiantes, pero no lo suficientemente jóvenes para ser estudiantes, que se ponen un guante blanco en la mano izquierda y sacan pistolas... Creí que estaba alucinando. Pero me descontrolé aún más cuando los vi disparar hacia abajo, sobre la gente. No entendía si se trataba de un grupo de autodefensa estudiantil que disparaba contra los policías, o policías vestidos de civil que disparaban contra los estudiantes. Cerca de mí se encontraba un periodista mexicano. Le pregunté si esos tipos eran estudiantes. Me dijo que no, que eran policías. Entonces pensé: ‘¡En la madre! La policía tiene al movimiento totalmente infiltrado ¡Va a ser horrible!”.
Al igual que a los otros periodistas, los hombres del guante blanco se lo llevaron a un departamento para liberarlo a las pocas horas.
Guy Lagorce, enviado de L’Equipe: “En su rueda de prensa, los estudiantes confirmaron lo que me habían dicho los habitantes de los edificios y mis colegas franceses que habían quedado atrapados en el edificio Chihuahua. Fueron policías vestidos de civil los que dispararon sobre la multitud desde las ventanas, no los estudiantes. Los manifestantes fueron entrampados.

martes, 7 de octubre de 2008

La matanza narrada por Álvarez Garín

Raúl Álvarez Garín, uno de los miembros del CNH y sobreviviente de Tlatelolco, también ofreció su versión de la matanza del 2 de octubre:
“En las primeras horas de la noche del primero de octubre, el doctor Julio González Tejada, director de Servicios Sociales de la UNAM, estuvo comunicándose con dirigentes universitarios para informarles que el presidente Díaz Ordaz había nombrado una comisión integrada por los señores Andrés Caso y Jorge de la Vega Domínguez, autorizada para actuar de inmediato. Después de confirmar las noticias, el CNH decidió aceptar una primera entrevista con ciertas condiciones para asegurar que la representación era adecuada. La Comisión del CNH quedó integrada por Gilberto Guevara, de Ciencias, Luis González de Alba, de Filosofía, y Anselmo Muñoz, de la ESIME, y la primera reunión se realizó el 2 de octubre a las 9 de la mañana en la propia casa del rector Barros Sierra.
“La entrevista se efectuó en términos más o menos diplomáticos. Se trataba de ‘sondear’ hasta dónde se estaba dispuesto a ceder por ambas partes: la Comisión del CNH planteó los tres puntos previos al diálogo que se habían hecho públicos el 28 de septiembre: es decir, la desocupación inmediata de todos los planteles, la libertad de los detenidos en el desarrollo del Movimiento y el cese absoluto de la represión. Como era de esperarse, Caso y De la Vega declararon que no tenían instrucciones al respecto pero que consultarían, y en cambio querían saber ‘cuál era la verdadera posición del CNH respecto al diálogo público’, pues no podían ‘comprometer la dignidad de los representantes gubernamentales en una burda trampa de circo romano’.
“Por parte del CNH y ante el miedo del gobierno se sugirió, como ya se había hecho antes, un ‘diálogo por escrito’, o simplemente un ‘diálogo de hechos’, de manera que el gobierno tomara medidas concretas respecto a los puntos señalados, y en reciprocidad el CNH respondería en forma parecida, con la advertencia de que el gobierno debía dar los primeros pasos porque ellos eran los agresores. Se decidió continuar la reunión al día siguiente, a la misma hora y en el mismo lugar.
“Mientras tanto, el pleno del Consejo estaba reunido en Zacatenco organizando el mitin de la tarde en un ambiente de optimismo: se veía que el gobierno había salido derrotado de la confrontación y aparentemente las pláticas y el diálogo podrían lograr excelentes resultados.
“Ante la proximidad de los Juegos, la presión del CNH ahora estaría centrada en la libertad de los presos políticos. Para eso se había coordinado un compromiso en diversas cárceles del país, para declarar una huelga de hambre indefinida que debía estallar el 6 o 7 de octubre, y para reforzar la huelga de los presos, se había programado también una huelga de hambre de solidaridad en la Ciudad Universitaria en la que participarían compañeros del Comité de Intelectuales, Artistas y Escritores.
“En el mitin se tratarían cuatro puntos: un informe y breve análisis de la situación política del momento a cargo de Florencio López Osuna; un informe de la solidaridad internacional y su importancia a cargo de Pepe González Sierra; las brigadas y sus tareas por David Vega, y las perspectivas y el anuncio de la huelga de hambre por Eduardo Valle Espinoza. En esa misma reunión se acordó suspender la manifestación al Casco de Santo Tomás, pues aunque no existía nada concreto percibíamos una pronta solución con el antecedente de que las pláticas ya se habían entablado. La reunión terminó a las 14:30 horas y llenos de optimismo salimos a la Plaza de las Tres Culturas.
“El mitin del 2 de octubre se desarrollaba en un ambiente de fiesta. Después de dos semanas, la angustia y la incertidumbre producidas por la represión empezaban a disminuir y de nuevo se abrían perspectivas claras para el futuro. En ese mitin se comprobaría nuestra fortaleza, nuestro buen estado de ánimo; ahí se haría el recuerdo de los que faltaban y dolorosamente nos habían abandonado en el Casco y en las Vocacionales y de los nuevos refuerzos que llegaban. Era un mitin como cualquier otro de los muchos que habíamos hecho. Informes, análisis, directivas y orientaciones del Consejo. Estaba por terminar su intervención el compañero Vega, de Ingeniería Textil del IPN, cuando se notaron movimientos de tropas. En efecto, por el lado de la Vocacional 7, desde la calle de San Juan de Letrán, a través de las ruinas y en dirección a la explanada, se acercaban los soldados. En esos momentos sobrevolaban la zona dos helicópteros militares. En la tribuna habían notado a numerosos individuos sospechosos que cubrían todas las entradas al edificio Chihuahua, así como las escaleras y pasillos. Algunos llevaban un pañuelo enrollado o un guante blanco en la mano izquierda. Eran las 18:10 horas cuando se notó que avanzaban las tropas sobre el mitin. La señal la dieron dos luces de bengala verdes disparadas desde un helicóptero.
“La tribuna estaba instalada en el corredor del tercer piso del edificio Chihuahua y desde allí se observaron claramente los primeros movimientos de los militares. Los compañeros del Consejo anunciaron a los asistentes que el Ejército se acercaba y que conservaran el orden. ‘Calma compañeros, no corran, calma compañeros’, se escuchó varias veces por los altavoces. Segundos después empezaron los disparos. Primero unos cuantos balazos e inmediatamente después varias ametralladoras comenzaron a funcionar violenta e ininterrumpidamente. La Plaza de las Tres Culturas es un rectángulo de losa elevado dos o tres metros sobre el nivel general del piso. Está rodeada por las ruinas de Tlatelolco al poniente, la Iglesia de Santiago, y atrás de ella el edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores por el sur, el edificio de la Escuela Vocacional número 7 del IPN y algunos edificios de viviendas de la unidad en el norte, y el edificio Chihuahua en el oriente. Sus accesos principales son dos corredores angostos y una escalera central de 25 a 30 metros de ancho.
“Solamente por el lado norte el desnivel es menor y puede librarse fácilmente. Cuando empezó el tiroteo la gente se abalanzó por las escaleras de la plaza, que están situadas precisamente enfrente del edificio Chihuahua, gritando: ‘El Consejo, el Consejo’. Se dirigían a las escaleras del edificio con el único propósito de defender a los compañeros dirigentes. Ahí los grupos de agentes secretos y del Batallón Olimpia, apostados en las columnas del edificio, comenzaron a disparar contra la multitud rechazándola a balazos.
“La misma señal de luces verdes movilizó a los agentes apostados en el edificio. Las entradas y las escaleras fueron bloqueadas para impedir la salida de los compañeros del Consejo. Subieron los individuos del guante blanco hasta el tercer piso y empuñando pistolas y metralletas, encañonaron a los jóvenes que ahí se encontraban, obligándolos a pararse de cara a la pared y con las manos en alto. Algunos compañeros alcanzaron a huir, escaleras arriba y se refugiaron en departamentos de los pisos superiores, donde valientemente las personas que los habitaban les abrían las puertas y los invitaban a pasar para protegerlos y ocultarlos. Inmediatamente, también desde el tercer piso, luego que detuvieron a los que ahí se encontraban, los agentes comenzaron a disparar contra la multitud que corría tratando de huir o de protegerse. Cientos de personas vieron a un individuo alto y de traje oscuro que disparaba desde el tercer piso apuntando su arma contra las personas que aún se encontraban en la explanada. Fue uno de los primeros en disparar.
“Participaron más de diez mil soldados y policías en la masacre. Desde los primeros segundos y durante más de dos horas se disparaban simultáneamente cientos de armas de todos calibres. La plaza se despejaba rápidamente, los soldados tenían controladas todas las entradas y obligaban a la gente a retirarse en unos casos, persiguiéndolas con disparos y a punta de bayoneta, en otros se les amontonó expuestos a las balas, formando otros grupos de detenidos. En unos cuantos minutos la explanada estuvo totalmente vacía y solamente se veían decenas de muertos, heridos y soldados. Todos los lugares de acceso y la misma plaza estaban en manos del Ejército, que además tenía completamente cercada la unidad. Además un cordón de granaderos y policías protegían las calles cercanas y desviaban el tráfico de vehículos y personas.
“Apoyando las acciones de la tropa intervinieron inmediatamente carros de asalto, tanques ligeros y camiones de transporte, bloqueando las salidas y ocupando posiciones dentro de la unidad, incluso en la propia explanada de la plaza colocaron varios tanques. Las ambulancias de la Cruz Verde del gobierno del DF también estuvieron rígidamente coordinadas y controladas.
“Todas estas acciones iniciales duraron escasos diez minutos y fue en ese lapso cuando se produjeron la mayor parte, si no es que la totalidad de las muertes que ocurrieron. Después el tiroteo duró más de dos horas. Los soldados disparaban constantemente ráfagas de ametralladora contra las ventanas de los edificios cercanos. Los muros y las fachadas eran barridos sistemáticamente por el fuego de las armas automáticas. Desde algunos departamentos y pasillos del edificio Chihuahua se escucharon los gritos de contraseña de los agentes: ‘Batallón Olimpia, aquí. Batallón Olimpia no disparen’. ‘Batallón Olimpia contesten’. Después en los pasillos y corredores solamente se escuchaban los pasos de las botas militares y de los agentes. A las 20:30 horas empezaron a revisar todos los departamentos en busca de los compañeros del Consejo que se habían ocultado. Los sacaban a golpes y a culatazos y los llevaban a un departamento del quinto piso acondicionado para detenerlos.
“Los que fueron aprehendidos en el tercer piso, estuvieron las dos horas acostados en el suelo protegidos por el muro-barandal del pasillo que tiene escasamente un metro de alto, encañonados por los agentes del Batallón Olimpia; ahí fue herida la periodista Oriana Fallaci que vivió esa experiencia acompañada y protegida por Manuel Gómez, el representante del Conservatorio de Música en el CNH. A las 23 horas empezaron a enviar a los detenidos a las cárceles y a las 5 horas del día siguiente, salió el último grupo con destino a la Penitenciaria de Santa Marta Acatitla.
“Todos los detenidos en el Chihuahua fueron vejados en forma salvaje por la tropa y los oficiales, golpeados, desnudados, atados de manos, insultados de manera soez. No habiéndoles capturado con armas en la mano, recibieron un trato que no se da ni a los peores criminales, ni a los prisioneros de guerra.”

lunes, 6 de octubre de 2008

La matanza narrada por Taibo II

En 1998, Paco Ignacio Taibo II publicó el siguiente testimonio en el diario La Jornada:
“1) El 2 de octubre de 1968 era miércoles.
“2) En la mañana, en el Consejo Nacional de Huelga se decidió limitar el acto programado a un mitin y suspender la manifestación al Casco de Santo Tomás, exigiendo la devolución de las instalaciones al Ejército. Se habían celebrado tres pequeños mítines en días pasados en Ciudad Universitaria y en Tlatelolco. El movimiento iniciaba una recuperación, tras haber estado a la defensiva en la secuencia iniciada el 19 de septiembre con las acciones armadas del gobierno (toma militar de Ciudad Universitaria, ataque de los granaderos y toma del Casco de Santo Tomás, toma militar y policiaca de Zacatenco). El mitin era importante porque habría de anunciarse el inicio de una huelga de hambre de los presos políticos estudiantiles detenidos a lo largo de las operaciones militares de septiembre.
“3) En la mañana del 2, en una sesión del CNH se acordó que sólo estuvieran en la tribuna organizadores y oradores; se sugirió que los miembros del CNH que no tuvieran algo que hacer en el acto no asistieran y que en caso de que lo hicieran se mezclaran con la multitud. Eran las medidas de precaución habituales. La dirección del movimiento estudiantil no esperaba ninguna represión. De hecho, el acto coincidía con la apertura de conversaciones con la comisión Caso-De la Vega. Es más, el aviso de que habían salido del Monumento a la Revolución camiones con agentes armados de la Dirección Federal de Seguridad, fue recibido como un anuncio alarmista más.
“Otros indicadores de que podría producirse una represión podrían haber llegado hasta la dirección del movimiento estudiantil, como que se había otorgado un día de asueto a los trabajadores de la Secretaría de Relaciones Exteriores porque “iba a haber problemas”. De ser así, fueron interpretados como una de las habituales medidas para aislar a la población y, en particular, a la burocracia de los actos del movimiento.
“Paralelamente las provocaciones se sucedían: existen multitud de testimonios de aproximaciones a los miembros más conocidos del CNH realizadas por supuestos estudiantes radicalizados, que insistían en que el movimiento estudiantil “debería armarse”. Hay constancia de que en muchas de estas ocasiones los dirigentes rechazaron estas propuestas. Áyax Segura, del que luego se sabría que era agente de Gobernación, hizo la oferta públicamente en una sesión del CNH. El autor de estas notas recuerda que había actuado a fines de septiembre para desmontar una provocación organizada por la policía en este sentido, que involucraba a un grupo de brigadistas de la Preparatoria uno.
“Antes de iniciarse el mitin, en la plaza se presentó un individuo con un recado apócrifo de Genaro Vázquez pretendiendo que se leyera durante el acto. Era un texto absurdo. Gilberto Guevara lo despidió sin hacerle caso.
“Más tarde, el personaje habría de intervenir como agente policiaco en la represión.
“La tentación, tras 70 días de lucha, de responder a la violencia gubernamental con violencia, estaba en el interior del movimiento. Los tiroteos contra brigadistas, las agresiones de las porras, las intervenciones armadas de granaderos, policías y soldados en las escuelas durante septiembre, actuaban como revulsivo, pero la idea dominante en el movimiento, sobre todo entre los cuadros de dirección, era que la fuerza de la movilización estaba en su acción de masas y que si una minoría optaba por las balas el movimiento perdería su fuerza, incluso justificaría políticamente la represión gubernamental.
“Había pistolas entre los estudiantes, pero en manos de una absoluta minoría, y sus propietarios las entendían más como un elemento defensivo para evitar el asesinato o la detención.
“La oferta de armas por parte de provocadores parecía confirmar la tesis de la mayoría de la dirección estudiantil.
“4) La decisión de reprimir en Tlatelolco fue tomada por Díaz Ordaz al menos el 30 de septiembre, probablemente antes, bajo la forma de desatar una represión “ejemplarizante”, aunque la decisión de hacerlo el 2 de octubre dependió del accionar del movimiento.
“5) Según estimaciones de la Comisión de la Verdad, en Tlatelolco habrían actuado más de 8 mil efectivos de las fuerzas represivas estatales entre soldados, granaderos, policías del DF, Policía Montada, policías secretas de todo tipo, policías judiciales del DF y federales, miembros del Batallón Olimpia y bomberos y 300 vehículos entre tanques, tanquetas, blindados y jeeps con metralletas.
“La movilización de estas fuerzas y las órdenes se dieron al menos 24 horas antes. Las órdenes fueron diferentes. Mientras el Ejército probablemente recibió la orden de intervenir en caso de “disturbios”, el Batallón Olimpia, los agentes de la DFS y la Policía Judicial recibieron orden de crear el “disturbio”. El Batallón Olimpia había sido integrado en febrero del 68 con la misión de custodiar las instalaciones y ejercer servicios de orden en las futuras Olimpiadas, dependía directamente en la línea de mando del Estado Mayor Presidencial y, por lo tanto, de la Presidencia de la República. Había sido formado tomando tropa de batallones de todo el país y tenía un número de suboficiales más alto de lo normal. Estaba dirigido por el coronel Ernesto Gómez Tagle y el 2 de octubre había sido reforzado por dos secciones de caballería del 18 y el 19 regimiento.
“Sus órdenes eran asistir al acto vestidos de civil y con un guante blanco en la mano izquierda como identificación. Esa misma orden recibieron los judiciales federales 24 horas antes. La orden incluía la prohibición de portar identificación o documentos personales y no se precisaba si los miembros del batallón deberían llevar un guante o un pañuelo enrollado en la mano izquierda.
“En las investigaciones de la Comisión de la Verdad apareció frecuentemente otro nombre, el del mayor Cuauhtémoc Cárdenas, posiblemente mayor de la policía, cuya misión era coordinar militares del Batallón Olimpia y judiciales.
“6) El Batallón Olimpia tenía órdenes de bloquear el edificio Chihuahua, detener a los miembros del CNH, tomar el segundo y tercer piso, disparar sobre la multitud.
“Los judiciales tomaron posiciones en la plaza, a la que arribaron incluso antes que los estudiantes, la torre de Relaciones Exteriores, que dominaba la Plaza de las Tres Culturas; en particular en el piso 21, donde había un grupo de agentes de la Dirección Federal de Seguridad a cargo del comandante Llanes. Versiones no confirmadas insisten en que Mendiolea dirigió la operación desde la torre de Relaciones Exteriores.
“En la zona de niebla que aún hoy cubre lo sucedido el 2 de octubre de 1968, se encuentran los nombres de los que coordinaron la operación represiva, quiénes de los jefes policiacos y militares dentro de la zona conocían exactamente lo que habría de pasar y quiénes tenían información parcial. Al menos tres fuerzas actuaron sincronizadamente a las 6:10 de la tarde: los francotiradores de la policía, que dan la señal al arrojar las bengalas; las fuerzas militares, que irrumpen en la plaza; y los efectivos del Batallón Olimpia.
“7) A las 6:10 de la tarde se producen en una secuencia rápida los siguientes acontecimientos:
“Arribo de los camiones de los paracaidistas que comienzan a descender en los alrededores de la plaza.
“Un helicóptero (¿militar?) sobrevuela la plaza.
“Desde la torre de Relaciones Exteriores (y no desde el helicóptero, como se afirmó posteriormente) se disparan dos bengalas, la primera verde y la segunda roja.
“El Ejército avanza hacia el mitin.
“Sócrates le quita el micrófono al orador y grita: “¡No corran, es una provocación!”.
“Desde el Chihuahua se producen los primeros disparos sobre la multitud. El testimonio de Eduardo Valle, El Búho, es preciso y con él coinciden muchos más: “Dos bengalas e inmediatamente después vi a un civil armado y vestido con gabardina que disparaba una carga de pistola contra la multitud”. Varias versiones coinciden en señalar a este hombre y a otros vestidos de civil como los iniciadores del tiroteo. Hasta el censurado Diario de la Tarde registró: “Los individuos enguantados sacaron sus pistolas y empezaron a disparar a boca de jarro e indiscriminadamente sobre mujeres, niños, estudiantes y granaderos”.
“Hay versiones contradictorias sobre si los disparos de los miembros del Batallón Olimpia se iniciaron en el tercer piso o también en la planta baja y el segundo piso.
“¿Incluían sus órdenes disparar sólo sobre la multitud?, ¿o también sobre los militares uniformados en la plaza? La hipótesis de que lo hicieron cuando la multitud avanzaba hacia el edificio para proteger a los miembros del CNH y/o replegándose de la tropa fue desechada por la Comisión de la Verdad. Los disparos fueron hechos antes de que la multitud se moviera hacia el Chihuahua.
“Sobre la multitud se dispara desde la torre de Relaciones y, según testimonios de vecinos recogidos por la Comisión, hubo “disparos de ametralladora que salían de los altos del edificio”.
“¿Se disparó desde el segundo piso? ¿Fue desde el departamento que habían tomado previamente y que luego usarían para las primeras concentraciones de detenidos?
“Existen testimonios varios de que los soldados dispararon sobre la multitud en la zona del Eje Central, una vez que cayeron las bengalas.
“8) A estos disparos siguen de inmediato los tiros disparados por los efectivos del Ejército uniformado en la plaza, que viene entrando desde diferentes lados. Los tiros son de abajo hacia arriba y/o sobre la multitud.
“Mientras esto sucede, un alud de efectivos del Olimpia y policías irrumpen en el tercer piso con pistolas en las manos. Comienzan a golpear y a detener a los estudiantes y periodistas que se encuentran allí.
“Cuando se inicia el tiroteo ya el Batallón Olimpia había ocupado el tercer piso del Chihuahua y tenía a la gente con los brazos en alto, o lo estaba ocupando. Tenían además bloqueadas las salidas del edificio.
“En el Chihuahua habría unos 300 estudiantes entre miembros del CNH, de las comisiones de orden, del grupo técnico que se hacía cargo del sonido, periodistas y colados.
“La multitud que se replegaba hacia el Chihuahua fue recibida por civiles que en la planta baja del edificio descargaron revólveres contra ellos.
“Algunos miembros del Olimpia en el edificio Chihuahua, tras hacer tirarse al suelo a los detenidos, se encuentran con que el Ejército en la plaza dispara sobre el mismo inmueble. Soldados del batallón , al ver que el ejército les disparaba, azorados buscaban un walkie-talkie para comunicarse con los de abajo. Se suceden los gritos de “no disparen, Batallón Olimpia”.
“Multitud de testigos reseñan estas frases. Los tiros y luego los llamados a no tirar y los reclamos de: “somos guante blanco”.
“Este hecho confirmaría que la intervención del Olimpia era del conocimiento del Ejército.
“En paralelo comienza la detención de los estudiantes que lograron ocultarse en los departamentos. Continúan las comunicaciones entre el Olimpia y los soldados mientras sigue el tiroteo:
“Aquí Batallón Olimpia, bajo con un prisionero”.
“El helicóptero ametralló a la multitud; a veces tiraban balas trazadoras, sobre esto hay múltiples testimonios.
“Durante una hora y cincuenta minutos se dispara contra una multitud desarmada. Según datos oficiales se hacen 15 mil disparos. Dentro del cerco, la multitud es arrojada hacia uno u otro lado de la plaza, donde la reciben a tiros o con la bayoneta calada.
“Según testimonios oficiales recogidos por el diario El Universal, que coinciden con el primer reporte de la Cruz Roja, la mayoría de los muertos reconocidos por las autoridades lo fueron a causa de heridas de bayoneta, entre ellos un niño.
“9) El comportamiento de las fuerzas del Ejército fue diferente según las zonas y los mandos. Varió de una voluntad asesina a una indisciplina pasiva que salvó a muchos manifestantes. Hay variados testimonios de que soldados dispararon contra ambulancias de la Cruz Verde para que no entraran al cerco en los primeros momentos; existen testimonios de estudiantes dejados salir del cerco por soldados “haciéndose los ciegos” (fundamentalmente en la parte norte de la plaza y durante los primeros 15 minutos); testimonios que narran cómo en los primeros momentos algunos soldados dispararon al aire y también hay múltiples testimonios de estudiantes impulsados por los soldados a bayoneta calada hacia la zona del tiroteo (por ejemplo, en la zona de los astabanderas cercana a Voca Siete sobre la calle Manuel González). Los heridos allí lo fueron a bocajarro. Según la revista Time varios de los cadáveres tenían huellas de pólvora en la ropa.
“El horror se vuelve absurdo en el caos. ¿Quince mil disparos para disolver un mitin? Ciento diez minutos de terror sobre una multitud indefensa tratando de salir del cerco.
“10) La magnitud de la represión la da con más fidelidad la cifra de heridos: no menos de 700.
“Gracias a la intervención memorable de la Cruz Roja y la Cruz Verde, muchos de los heridos hoy pueden contar la historia. Las dos Cruces tuvieron 42 ambulancias en el terreno sacando heridos y su presencia costó a los trabajadores de esas dependencias tener en la jornada seis camilleros heridos.
“Estos fueron enviados, en principio, al Hospital Rubén Leñero y al Hospital de la Cruz Roja. Según el director de emergencias del Leñero, el doctor Jiménez Abad, allí se recibieron “600 heridos”, de los cuales “entre 12 y 18 murieron”.
“Saturado el Leñero, algunos de los heridos fueron enviados a otros nosocomios del DDF, Cruz Roja y aun al Hospital Militar. Pero a partir de las nueve de la noche, y por órdenes del subjefe de la policía Mendiolea, los hospitales fueron intervenidos por la policía y según el testimonio de un doctor en el Rubén Leñero, “los granaderos y los secretos venían y nos quitaban a los muchachos de los quirófanos donde los estábamos operando y se los llevaban. Dónde quedaron esos muchachos, y si murieron, nadie lo sabe”.
“11) No hay duda que las diferentes fuerzas represivas que participaron en Tlatelolco intercambiaron disparos entre ellas. ¿Fue una manera en la que los Olimpias y los agentes de la DFS provocaron al Ejército para luego establecer la farsa de la agresión estudiantil o simplemente resultado del caos, descoordinación de las fuerzas que intervenían e ineptitud de los mandos?
“El Ejército tuvo diez bajas en la operación de Tlatelolco. Tres soldados muertos y siete heridos, entre ellos el general de paracaidistas Hernández Toledo, que dirigía la operación. Ninguno de ellos fue herido por balas de bajo calibre. Uno de los soldados reportaba ante el Ministerio Público que se había herido solo al disparársele un tiro en el pie, otro que había sido herido por un fragmento de metralla rebotada (probablemente de las balas de alto calibre que dispararon las tanquetas), un tercero que había sido herido por un disparo que vino del edificio “Chihuahua”. El propio Hernández Toledo recibió una bala en la baja espalda en el momento en que se iniciaba la operación. La bala era de un AR-12, un fusil muy poco común en México. En los momentos de recibir el impacto estaba dando la espalda a la torre de Relaciones Exteriores. Por la trayectoria del impacto le habían disparado los agentes de la DFS allí situados o los que actuaban desde el helicóptero.
“¿Qué pensaría el general mientras convalecía de su herida? ¿Se supondría víctima de un fuego cruzado entre compañeros o pensaría que era un peón en un juego de provocaciones en el que poco importaba volarle la columna vertebral?
“Las bajas del Batallón Olimpia, oficialmente inexistente en Tlatelolco, nunca se reportaron. Tampoco se reportaron las bajas de las diferentes policías.
“12) El Estado mexicano nunca se ha mostrado muy sofisticado en la elaboración de sus mentiras. Pareciera como si en el fondo la cortina de humo sólo tuviera un carácter ritual y quisiera que, en su absoluta prepotencia, se reconociera su decisión de masacrar. La masacre así adquiere su verdadera dimensión de advertencia. Quizá esto explica la inconsciente torpeza de sus argumentos, la debilidad absoluta de sus pruebas.
“La versión oficial se produjo antes de que los disparos terminaran de escucharse en Tlatelolco. El jefe de prensa de la Presidencia, Fernando M. Garza, habló a periodistas de una “provocación estudiantil que había terminado en tiroteo”. Díaz Ordaz se aferró en todas sus intervenciones a la tesis de que los estudiantes habían disparado sobre el ejército y que éste, que tenía órdenes de defenderse, respondió a la provocación. El general García Barragán, ministro de la Defensa, amplió diciendo que se había tratado de “guerrilleros que provocaron al Ejército”. Meses más tarde, en los juicios a los dirigentes estudiantiles capturados la versión se elaboraría un poco más, apoyándose en declaraciones de infiltrados como Sócrates y Áyax Segura, señalando que en el CNH se habría tomado la decisión de crear cinco columnas armadas y que éstas actuaron en Tlatelolco.
“Pero la versión gubernamental en clave de telenovela hacía agua por todos los rincones. Los altos mandos del Ejército y la policía nunca pudieron ponerse de acuerdo en sus declaraciones respecto a cómo había empezado el tiroteo y quién había pedido la intervención de quién: la Secretaría de la Defensa declaró que había recibido una petición de apoyo de la policía (40 minutos antes de que se produjeran los disparos); la policía aseguró que no había pedido la intervención de nadie y los judiciales se limitaron a declarar que los disparos habían surgido del edificio “Chihuahua” y que ellos habían respondido.
“Los supuestos francotiradores situados en los edificios vecinos jamás aparecieron y sus armas nunca fueron encontradas, a pesar de que la plaza estuvo bajo control militar por tres días.
“Días más tarde la policía mostró el arsenal supuestamente capturado a los estudiantes, compuesto de siete pistolas, dos escopetas y un aparato de radio. Un arsenal minúsculo, con armas cuyos calibres no coincidían con las balas que se extrajeron a los heridos. La aparición de algunas escopetas de caza en departamentos registrados de la Unidad Tlatelolco fue mostrada como parte del arsenal estudiantil, pero incluso la prensa controlada de la ciudad de México señalaba que las escopetas no habían sido usadas.
“El número de detenidos rebasó el millar y medio, pero el único estudiante al que se le encontró un arma en el tercer piso del “Chihuahua” fue a Florencio López Osuna. Una pistola familiar de bajo calibre. No había disparado.
“La versión gubernamental no sólo era una chapuza ridícula, era algo peor, era la demostración de que la impunidad estatal dominaba la vida de los mexicanos, que Díaz Ordaz podía hacer reaparecer a la Virgen de Guadalupe o llevar a juicio al pato Donald acusado de extranjero pernicioso activo en el movimiento estudiantil.
“13) Hubo una segunda balacera de corta duración hacia las 11 de la noche. ¿Un despiste? ¿La tensión? Ya no había contra quién disparar. Tenían todo controlado. Aprovecharon para perforar todas las ventanas del edificio con los proyectiles de ametralladoras de grueso calibre de las tanquetas.
“14) Múltiples testimonios de la solidaridad y la defensa de los vecinos, escondiendo, bronqueándose con la policía, sacando, disfrazando a los estudiantes. Incluso la acción de unos vecinos de la unidad, que apedrearon tanquetas en los alrededores.
“15) La operación policiaco-militar de la Plaza de las Tres Culturas produjo un número que podría alcanzar los cinco millares de detenidos, colocando a la ciudad de México en un estado de sitio virtual, ilegal y terrible. Parecer estudiante fue, durante muchos días, un grave delito.
“Los detenidos “especiales”, capturados en el edificio “Chihuahua”, fueron identificados por policías infiltrados en el movimiento, conducidos a la iglesia y en la ex prisión de Tlatelolco fueron desnudados por los soldados, hombres y mujeres. Ahí mismo se golpeó a varios de ellos y se les robaron sus pertenencias personales.
“En lo siguientes días habrían de ser sometidos a golpizas, fusilamientos simulados y torturas en instalaciones policiacas y en el Campo Militar número 1.
“Una semana después de la matanza permanecían detenidos mil 500 de ellos. Más de 300 lo serían hasta la amnistía del 71.
“16) La cifra de las víctimas se volvió un baile burlón y terrible que habría de durar hasta nuestros días. En el hospital, Hernández Toledo declaró: “No falleció ninguno”, y Díaz Ordaz se negó a ofrecer cifras y nombres.
“El gobierno hizo de no reconocer ninguna cifra un asunto de Estado. Los asesinados en Tlatelolco debían desaparecer. En la moderna brujería de la desinformación el conjuro era tan barroco como sinuoso: la masacre queda como monumento a la omnipotencia del Estado; los muertos son anónimos e incontados.
“El vacío informativo fue llenado de cualquier manera. El diario inglés The Guardian hablaba de 325 muertos. Las cifras estudiantiles fueron dadas de manera irresponsable en los primeros días y más como una reacción ante el intento del gobierno de ocultar los datos, que como un intento de reconstruir la verdad. Se habló de mil muertos, de 500.
“Declaraciones llegadas años más tarde a la Comisión de la Verdad hablaban de que una parte de los cadáveres habían sido arrojados al Golfo de México por aviones militares.
“No era fácil reconstruir la lista. Muchos de los muertos no eran estudiantes, lo que hubiera facilitado el reconocimiento, sino empleados, trabajadores, vendedores ambulantes; las familias fueron presionadas para firmar actas de defunción que atribuían la muerte a causas naturales y los parientes fueron amenazados por la policía. Finalmente, en diciembre de 1969 el Consejo Nacional de Huelga reportó “cerca de 150 muertos”, esta cifra permaneció en la memoria colectiva.
“Las primeras listas confiables reconocían tres docenas de nombres y todo el mundo pensaba que eran dolorosamente incompletas, que morir en Tlatelolco tenía la doble maldición del anonimato: Cecilio, comerciante de 24 años, se había visto su cadáver en Traumatología de Balbuena; Leonardo Pérez González, maestro de vocacional; Guillermo Rivera Torres, voca 1, 15 años; Antonio Solórzano ambulante de la Cruz Roja; Gilberto estudiaba en cuarto año en la ESIQIE; Cordelio en Prepa 9; José Ignacio, 36 años, empleado...
“Finalmente, en el 93 los nombres y apellidos de más de una treintena fueron colocados en la estela que hoy existe en la Plaza de Tlatelolco. La Comisión de la Verdad analizó 70 casos en 1993, de los cuales se pudo lograr la plena identificación de 40 muertos.
“17) Como epílogo a esta mexicanísima historia de la ignominia podría narrarse que unos días después de la matanza fueron detenidos en Tlatelolco ocho saqueadores armados con pistolas calibre 22 y 38, que estaban desvalijando departamentos abandonados por vecinos aterrorizados. Al identificarse como policías y tras hacer una llamada al Departamento del Distrito Federal fueron liberados, quedaron constancia de sus nombres y de sus armas.
“Estos últimos saqueadores se sumaron a las decenas de actos de rapiña del Ejército contra los detenidos y a los robos a departamentos mientras la zona se encontraba cercada y guarnecida por lo tropa.
“La masacre puso a la defensiva al movimiento estudiantil y forzó la llamada “tregua olímpica”, pero la huelga se sostuvo masivamente dos meses más.”

Tlatelolco, día 73. La matanza

A las nueve de la mañana del miércoles 2 de octubre, una delegación del CNH –formada por Luis González de Alba, de la Facultad de Filosofía y Letras; Gilberto Guevara Niebla, de la de Ciencias y Anselmo Muñoz, de la ESIME– se entrevistó con los representantes de Díaz Ordaz, Andrés Caso y Jorge de la Vega Domínguez, en la casa del rector Barros Sierra. El acuerdo al que se llegó fue que se iniciaría el diálogo.
El CNH sesionaba esa mañana en Zacatenco. Al abrirse la posibilidad de iniciar la negociación y el diálogo, se decidió suspender la movilización prevista desde la Plaza de las Tres Culturas al Casco, para cancelar toda posibilidad de violencia y lograr, por la vía del diálogo, la salida del ejército del Casco de Santo Tomás, aunque se mantuvo la decisión de celebrar el mitin en esa plaza a las cinco de la tarde.
El CNH consideró apropiado instalar el podio de oradores y el equipo de sonido para dirigirse a los asistentes en la terraza-balcón del edificio Chihuahua –los edificios contiguos a la Plaza están construidos con un diseño en el que cada tres pisos hay un espacio común, abierto como terraza-balcón–. Se tenía prevista la participación de contingentes estudiantiles del Poli, UNAM, de otras universidades, grupos obreros, campesinos y sindicales, que llenarían la plaza.
A las cinco y media de la tarde se inició el mitin. Algunas fuentes señalan la asistencia de 15 mil personas, otras calculan la presencia de entre cinco mil y seis mil. En el acto había estudiantes, electricistas, comerciantes, ferrocarrileros y periodistas nacionales y extranjeros. Entre los manifestantes cundió el rumor de que había “decenas de agentes policiacos vestidos de civil”.
El mitin estaba por acabar y ya se había informado la decisión del CNH de suspender la marcha hacia el Casco de Santo Tomás, como medida de seguridad para evitar posibles enfrentamientos con los uniformados, pues se había observado la concentración de tropas a lo largo de la ruta. Se había solicitado a los asistentes que se fueran a sus casas en cuanto concluyera el acto.
Carlos Monsiváis relata: “El acto transcurre un tanto somnoliento aunque emotivo. Parte de la prensa, los oradores y la dirigencia del CNH están en el lugar que sustituye al templete, el tercer piso del edificio Chihuahua. Se reclama el diálogo, menospreciado por el gobierno que nada más admite la rendición. Se nota un ir y venir de personas ‘no identificadas’ o identificadas como sospechosos, con un pañuelo o un guante blanco en la mano izquierda. Se concentran en escaleras, pasillos y entradas del Chihuahua. A las seis y diez de la tarde, se disparan desde un helicóptero dos luces verdes de bengala. Casi de inmediato, sin otro aviso que el ruiderío de las botas, sin prevenir o intentar un diálogo, entran miles de soldados...
La tragedia se desencadenó rápidamente. Hay muchas versiones de lo acontecido, incompletas y contradictorias, que dejan grandes vacíos para una lectura final.
A las seis y diez de la tarde empezó la secuencia de hechos trágicos: un helicóptero sobrevoló la plaza y lanzó una bengala que cayó lentamente a un costado de la torre de la iglesia de Santiago Tlatelolco. Los manifestantes dirigieron, “casi automáticamente, sus miradas hacia arriba”, y cuando se preguntaban qué sucedía, se escuchó “el avance de los soldados”, que entraron a la plaza. Al mismo tiempo, otro helicóptero sobrevoló la zona y lanzó otras dos bengalas. Inmediatamente después se escuchó el ruido de carros militares que se acercaban. Se estacionaron alrededor de la plaza, los soldados saltaron de los carros con sus ametralladoras y entraron a la plaza alrededor de las seis y cuarto. También en los tejados de los edificios había soldados con ametralladoras y pistolas automáticas. La mayoría de los manifestantes aseguró “que los soldados, sin advertencia ni previo aviso, comenzaron a disparar”, desde la torre de Relaciones Exteriores.
Cuando los integrantes del Batallón Olimpia, todos armados –“unos con ametralladoras Thompson, otros con metralletas, otros con pistola calibre 45” –, llegaron al tercer piso, “un individuo vestido de traje azul, rubio, pelado a la brush, se acerca al barandal y empieza a disparar. Hasta ese momento no había habido ningún balazo, de ningún lado”. Después de que este sujeto disparó, “los tiros siguientes no proceden del edificio Chihuahua, los siguientes balazos proceden de la Plaza, con armas de alto poder”, comenta Pablo Gómez.
El Batallón Olimpia había participado, semanas antes, en la toma de CU. En Tlatelolco aparecían resguardando el edificio Chihuahua, identificados por un guante blanco, y en el techo de la iglesia de Santiago Tlatelolco. Según el informe de la Femospp: “Los del guante blanco son la brigada de 120 formada hace una semana por el Cap. Gutiérrez Barrios, con elementos de la Dirección Federal de Seguridad, Policía Judicial Federal, Policía Judicial del Distrito Federal e Inspección Fiscal Federal”.
La plaza se convirtió “en un infierno. Las ráfagas de las ametralladoras y fusiles de alto poder” zumban en todas direcciones. La gente corría de un lado a otro. Por el andador de la Voca 7 entraron contingentes de soldados que se colocaron pecho a tierra apuntando sus fusiles hacia arriba, en dirección al Chihuahua. Desde las tanquetas instaladas sobre la prolongación de San Juan de Letrán, los soldados comenzaron a disparar sus ametralladoras hacia el mismo edificio. También por el poniente, a un costado del edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores, avanzaron tanques ligeros que se colocaron enfrente de las puertas de la Cancillería.
En la terraza del tercer piso del Chihuahua estaba Félix Fuentes, reportero de La Prensa, quien narró que “abrieron fuego agentes de la Dirección Federal de Seguridad y de la Policía Judicial del Distrito”. Y añadió: “Pudimos percatarnos que agentes policiacos, unos al mando del comandante Cuauhtémoc Cárdenas, de la Judicial del Distrito, esperaban la llegada del ejército para emprenderla contra los líderes estudiantiles”.
La reportera italiana Oriana Fallaci, que se encontraba en el tercer piso del Chihuahua, relató que escuchó “un fuerte ruido en las escaleras. Estaban disparando y fuimos rodeados por policías vestidos de civil. Cada uno de ellos tenía un guante o pañuelo blanco en su mano izquierda, para que pudieran reconocerse. Saltaron sobre los dirigentes estudiantiles y sobre mí. Luego la policía nos ordenó que permaneciéramos tendidos sobre nuestro estómago. La única manera que uno podía protegerse de las balas que provenían de arriba era cubriéndose detrás de la pared frontal de la terraza. De ese modo, la policía usó esta barrera de seguridad, nos colocó a los arrestados, a lo largo de la pared opuesta, donde nos encontramos expuestos a las balas. Estuvimos tendidos ahí cerca de una hora. Cada vez que hacíamos un movimiento, disparaban sus armas contra nosotros”. En esos momentos, añadió la reportera (fallecida en 2006), “ya había un fuego intenso de los soldados abajo, con rifles, ametralladoras, pistolas automáticas”; desde las azoteas y desde helicópteros se hacían disparos de ametralladora (Fallaci es la única que sostuvo esta versión de disparos hechos desde los helicópteros).
En la plaza se generalizó la balacera. Mujeres, niños, jóvenes y adultos corrían despavoridos; algunos se tiraban al suelo, otros buscaban protección en las escalinatas o entre las ruinas prehispánicas, otros más se escondían debajo y detrás de los automóviles estacionados o intentaban refugiarse en los departamentos de Tlatelolco.
Monsiváis escribió: “El fuego es incontenible, con la intervención de ametralladoras y armas de alto poder. Se cierra la Plaza, el Batallón Olimpia detiene a quienes están en el Chihuahua. La gente se tira al suelo, los que pueden huyen, los periodistas se identifican para salvarse; a un fotógrafo, un soldado le traspasa la mano con una bayoneta. Se llama a gritos a los amigos y los familiares, el llanto se generaliza, la histeria y la agonía se confunden.
“Mueren niños, mujeres, jóvenes, ancianos. El grito coral que exhibe la provocación se multiplica: ‘¡Batallón Olimpia; no disparen!’ Los policías y los soldados destruyen puertas y muebles de los departamentos mientras detienen a los jóvenes; a los detenidos en el tercer piso se les desnuda, maniata y golpea; a 2 mil personas se les traslada de la Plaza de las Tres Culturas a las cárceles. Queda claro: la provocación no es ajena al plan de aplastamiento, está en su centro”.
Mucha gente logró huir por el costado oriente de la plaza. Otras personas se toparon con “columnas de soldados que empuñaban sus armas a bayoneta calada y disparaban a todas direcciones”. Las menos afortunadas quedaron tendidas en el suelo, muertas o heridas. El fuego intenso duró aproximadamente media hora. Luego, los disparos disminuyeron, pero el tiroteo se mantuvo hasta las ocho y media de la noche (hay reportes militares que aseguran que el último disparo ocurrió a las once de la noche). En ese lapso se “evitó que las ambulancias de las cruces Roja y Verde llegaran a la Plaza de las Tres Culturas.” A las nueve de la noche, varios edificios ya habían sido ocupados por la tropa y algunos otros estaban siendo cateados. Los asesinos del Batallón Olimpia, vestidos de civil, tenían como contraseña un pañuelo blanco o un guante blanco en la mano derecha y se les oía gritar: “¡Batallón Olimpia, no disparen!”
Cientos de personas con las manos en alto fueron conducidas por los soldados hasta el muro sur de la iglesia de Santiago Tlatelolco. Todas estaban detenidas, a excepción de los fotógrafos y periodistas que pudieran identificarse, y ninguna persona podía abandonar o entrar a la zona, salvo rigurosa identificación. Unos trescientos tanques, unidades de asalto, jeeps y transportes militares tenían rodeada la zona, de Insurgentes a Reforma, hasta Nonoalco y Manuel González.
Algunos de los dirigentes del CNH fueron capturados en el Chihuahua, cuyos departamentos fueron desocupados violentamente por unidades del ejército, del Batallón Olimpia y de la DFS. Otros dirigentes fueron detenidos en la plaza. Todos ellos fueron llevados al lugar donde se concentró a los demás detenidos.
Posteriormente cientos de ellos fueron trasladados al Campo Militar Número Uno. Se calcula que fueron más de dos mil las personas aprehendidas en Tlatelolco. Por orden del general Raúl Mendiolea Cerecero, los hospitales de la Cruz Roja y de la Cruz Verde –así como la información sobre heridos y muertos– quedó bajo control policiaco a partir de las nueve de la noche.
La vigilancia policiaca se extendió a todos los hospitales y anfiteatros a los que fueron conducidos los heridos y muertos. Antes de las nueve de la noche, se informó que a la Cruz Roja habían llegado cuatro cadáveres y se había atendido a 50 heridos de bala de fusil, entre ellos 15 niños; en la tercera delegación había 18 cadáveres, 15 hombres y tres mujeres; en el Rubén Leñero, un muerto y 27 heridos; en la Villa, un muerto, y en el 20 de Noviembre no se especifica el número de heridos y muertos. Se calcula que participaron en la operación militar de Tlatelolco unos cinco mil soldados. En las instrucciones de la Secretaría de la Defensa Nacional se indicó que la operación militar del 2 de octubre (denominada “Galeana”), al mando del general Crisóforo Mazón Pineda, estaba formada por tres agrupamientos y el Batallón Olimpia, éste al mando del coronel de infantería Ernesto Gutiérrez Gómez Tagle. Mazón emitió un reporte del personal militar muerto y herido en esta operación: un muerto y 16 heridos, entre los heridos se menciona al general José Hernández Toledo.
De acuerdo con el informe de la Femospp: “El Batallón Olimpia, junto con el ejército y con los francotiradores que dispararon contra la multitud, hirieron a más de un centenar de manifestantes y mataron, por lo menos, a 31 gentes de las que tenemos registro”.
A medianoche, después de la matanza, ante la insistencia de los periodistas extranjeros, el director de prensa de la Presidencia, Fernando M. Garza, declaró que la intervención de la autoridad en la Plaza de las Tres Culturas “acabó con el foco de agitación que ha provocado el problema”.
Marcelino García Barragán, en información publicada después de su muerte (ocurrida en 1979), indicó que a las siete de la mañana de ese 2 de octubre: “Estaba en mi despacho (...) planeando la forma de terminar con el movimiento; en esos momentos llegó el capitán Barrios” (Gutiérrez Barrios, entonces jefe de la DFS) “al que esperábamos sus informes, para completar mi plan. Reunidos en mi despacho, escuché todos los informes y pregunté al capitán Barrios ‘¿podremos encontrar en el Edificio Chihuahua algunos departamentos vacíos, donde meter una Compañía?’, Barrios me contestó, déjeme ver; tomó el teléfono y habló con el general Oropeza, me pasó el audífono, y le dije a Oropeza que me consiguiera para antes de las dos de la tarde los departamentos que pudiera para meter una Compañía; en media hora tenía conseguidos tres departamentos vacíos a mi disposición, uno en el tercer piso y 2 en el cuarto piso, serían las 11 del 2 de octubre cuando recibí este informe (que) se necesitaba para completar mi plan que nada mas yo lo sabía, pues el Estado Mayor me indicó que no encontraban la forma de aprehender a los cabecillas sin echar balazos. (...) Mi plan consistía en aprehender a los cabecillas del movimiento, sin muertos ni heridos; éstos tenían cita a las cuatro de la tarde en el 3er. piso del Edificio Chihuahua… Terminamos el plan a las dos de la tarde y lo tradujimos en órdenes que se cumplieron a las 15:30 de esa tarde. El capitán Careaga faltando 20 minutos estaba acantonado en los departamentos vacíos del Edificio Chihuahua, con órdenes de aprehender a Sócrates Amado Campos cuando estuviera al micrófono; el coronel Gómez Tagle a las 3:40 del día 2 estaba con su Batallón Olimpia con su dispositivo, para tapar todas las salidas del Edificio Chihuahua, para evitar la fuga de los cabecillas que a las cuatro de la tarde ya estaban todos en los balcones del 3er. piso y una terraza para empezar el mitin”.
En otro texto, García Barragán señaló que Gutiérrez Oropeza, jefe del estado mayor presidencial, “mandó apostar, en los diferentes edificios que daban a la Plaza de las Tres Culturas, diez oficiales armados con metralletas, con órdenes de disparar sobre la multitud ahí reunida y que fueron los autores de algunas bajas entre gente del pueblo y soldados del ejército”.
En la publicación póstuma del testimonio de García Barragán, éste señaló que “a la hora en que Sócrates estaba más entusiasmado hablando a la multitud con micrófono en mano, un soldado escogido por el capitán X, muy fuerte y decidido, jaló de las piernas a Sócrates derribándolo, éste siguió hablando hasta que el capitán le puso su pie en el micrófono y se lo quitó, en esos momentos comenzaron los disparos de las cinco columnas de seguridad que a las órdenes de XXX estaban apostadas en las azoteas de los demás edificios esperando al ejército, que contestó el fuego”. Y agregó: “A los primeros disparos el Batallón Olimpia se replegó en las entradas del Edificio Chihuahua y aprehendió como 400 individuos entre los que se encontraron todos los cabecillas del movimiento, descabezándolo con este hecho, que fue el éxito completo de mi plan...” Y comentó que “como a las 7:30 de la noche me habló el general Mazón, para pedir permiso para registrar los edificios donde había francotiradores, lo autoricé y como a los 15 minutos me habló el general Oropeza. Mi general, me dijo: tengo varios oficiales del Estado Mayor Presidencial apostados en algunos departamentos, armados con metralletas para ayudar al ejército con órdenes de disparar a los estudiantes armados, ya todos abandonaron los edificios, sólo me quedan dos que no alcanzaron a salir y la tropa ya va subiendo y como van registrando los cuartos temo que los vayan a matar, quiere usted ordenar al general Mazón que los respeten.” García Barragán comentó que habló con éste, “trasmitiéndole la petición del general Oropeza”, y que aquél le comunicó haber encontrado a los dos hombres armados con metralletas y dijeron “haber disparado hacia abajo”.