domingo, 28 de septiembre de 2008

Tlatelolco, día 37. La primera marcha masiva

A las tres de la tarde del martes 27 de agosto de 1968, médicos residentes e internos del Hospital General se declaran en huelga, en solidaridad con el movimiento estudiantil; la sección 37 del Sindicato de Trabajadores Petroleros de México inicia un paro en apoyo al movimiento estudiantil; cinco escuelas de la Universidad Autónoma de Puebla y la Escuela Vocacional de Enseñanza Especial decretan un paro de diez días en apoyo al movimiento estudiantil.
Por su parte, el Sindicato Mexicano de Electricistas declara que la CIA trata de crear el mito de que México está saturado de comunistas, y habla de la necesidad urgente de que las autoridades y “auténticos estudiantes, sin intransigencia”, inicien las pláticas.
Este fue el día de la primera manifestación en grande.
En su libro Los días y los años, Luis González de Alba dice que, incluso horas antes de que empezara la marcha, cuando los contingentes apenas empezaban a congregarse cerca del Museo de Antropología, “uno o dos helicópteros volaban en círculo sobre nosotros. De vez en cuando hacían provocadores descensos casi sobre nuestras cabezas”.
Empezó a las cinco de la tarde con cinco minutos en el Museo Nacional de Antropología, en Chapultepec. Avanzó por Reforma. En el Ángel de la Independencia fue recibida con aplausos y vítores por un contingente de estudiantes de medicina de la UNAM, quienes formaron una valla frente a la embajada gringa, “para evitar la intromisión de provocadores”. Allí también había soldados y policías preventivos.
Al llegar al entronque de Avenida Juárez y Bucareli, frente a los periódicos Excélsior y El Universal, los manifestantes gritan consignas contra la prensa vendida.
Al pasar por el Hemiciclo a Juárez, el prócer de Guelatao recibió porras y vítores. La marcha siguió por Cinco de Mayo. Durante todo el trayecto la gente aplaude a los manifestantes; muchas personas arrojaban papel picado al paso de los jóvenes. El ambiente era el de una verbena. La marcha llegó al Zócalo, donde se inició el mitin.
Los primeros contingentes llegaron al Zócalo a las seis 35 de la tarde y fueron recibidos por cientos de personas que aguardan en el lugar. Se escuchó el repique de las campanas de la Catedral Metropolitana.
A las siete 37, la fachada de la Catedral se iluminó. Cuatro autobuses del Poli, con magnavoces, fueron “colocados en línea, al centro de la gran explanada, a la altura del astabandera”, donde se izó una bandera rojinegra.
“Las campanas de la Catedral echadas a vuelo y todas las luces encendidas. Entramos al Zócalo como si fuera un sueño”, narra González de Alba.
Los manifestantes se sentaron en el piso de la plaza y se dispusieron a oír a los oradores: dos estudiantes (uno de la UNAM y otro del Poli), dos representantes de la Coalición de Profesores, una madre de familia y un obrero de Naucalpan. Un estudiante declama un poema de Isaías Rojas, detenido en Lecumberri. Después se lee una lista de 86 detenidos y un mensaje de Demetrio Vallejo. La petición central del mitin fue la libertad de los presos políticos. Antes de concluir el mitin, se pide “a la multitud, constituida en asamblea”, que fije día, fecha y hora del debate público con las autoridades. Sócrates Campus Lemus propuso que el diálogo con los representantes del gobierno fuera en el Zócalo el 1 de septiembre a las diez de la mañana. Esta propuesta se estableció como acuerdo.
Al final se cantó el himno nacional y se prendieron miles de antorchas de papel que iluminaron la gran explanada, mientras la multitud se retiraba. En el Zócalo permanecieron centenares de estudiantes en guardia permanente, con tiendas de campaña y fogatas.
La marcha del 27 pasó a la historia como una de las más nutridas y mejor recibidas. El periódico El Día (confiable todavía en esos días), calculó la asistencia en más de 400 mil personas, aunque la policía reportó nada más 80 mil.
Sin embargo, tal como lo consignó el informe no censurado de la Femospp (cuya redacción deja mucho que desear): “Hubo tres hechos que montaron la provocación:
“El primero de ellos: el izamiento de una bandera rojinegra en el astabandera del Zócalo, que ondeó en el centro de la plancha hasta terminar el mitin.
“El segundo: el emplazamiento que Sócrates Campos Lemus hace a la multitud, que vota por que el diálogo sea realizado el 1 de septiembre, durante el informe presidencial”, y a custodiar la plaza del Zócalo con brigadas que deberían permanecer en él hasta la realización del diálogo público.
“El tercer hecho que acarrearía críticas de un sector católico de la sociedad hacia el movimiento: las luces de la Catedral se encendieron y repicaron las campanas.
“Habían sido tocados íconos nacionales y religiosos que fueron muy bien aprovechados por el Estado para abonar ante la opinión pública, con ayuda de la prensa nacional, argumentos en contra del grupo nacional movilizado. El primero la Bandera Nacional, el segundo el litúrgico 1 de septiembre, donde la nación debía aclamar la figura presidencial y el tercero el ámbito religioso. El ambiente festivo y la provocación se habían mezclado para arrinconar al movimiento en lo que sería un callejón sin salida”.

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